Jehová, Jehová...
Conozco al menos una persona que si leyera este título, pensaría en los Monty Python. Pero no, no es el caso. El caso (y menudo caso) es que en los últimos 8 días me he visto, digamos, abordado por dos testigos de Jehová. A diferencia de los mormones que pueblan el Portal del Ángel (altos, rubios, encorbatados y con la etiqueta de Elder Fulanito en el pecho) o los lamentablemente desaparecidos Hare Krishna (las Ramblas ya no son lo que eran...), los testigos de Jehová son irreconocibles. Gente joven, mayor, hombres, mujeres, vestidos de paisano... Hoy me he cruzado una y he podido esquivarla; pero la semana pasado estuve cinco minutos charlando con otro. Me ofrecía (gratis) un ejemplar de la revista "¡Despertad!", y me empezó preguntando si estaba satisfecho con este mundo y si había pensado en que vendrían a salvarnos. A veces soy tremendamente aburrido, pragmático y poco romántico para con las ideas ajenas. Esta vez lo fui. No me puse borde, pero sí dejé claro mi desdén por lo que me estaba contando. Entonces me preguntó si era creyente, a lo que respondí que no, que soy agnóstico ("Como yo", me contestó; pero vamos a ver, ¿tú no eras testigo de Jehová?). La cosa derivó a un debate sobre la figura del salvador, alguien que vendría a rescatarnos. Para eso, dijo, hay que prepararse. Yo le dije que bueno, que sí, pero que yo prefería dejar correr las cosas, porque no esperaba un salvador, y que si finalmente llegara... pues tampoco creo que haga falta un cursillo...
¿Por qué suelto todo este rollo? Porque me marché sin saber una cosa. No fui capaz de descubrir si aquel hombre creía de verdad en lo que decía o estaba cegado por algo, como con el seso sorbido.
No es el único: Los problemas crecen
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