Sabina
"Es difícil explicarle a los amigos, cuando tienes 14 años, que te gusta Joaquin Sabina..."
No lo digo, lo dice Pablo, pero quizá podría haberlo dicho yo (peor) porque al fin y al cabo lo pienso. Sabina, si lo piensas, te guiña el ojo pronto. Oyes en la radio, sin querer, cómo rima "manos" con "romanos" y de momento no le haces ni puto caso. Algo sí, porque intuyes que esos juegos de manos no son de prestidigitador precisamente... Luego tu padre, el plasta súperplasta que no sólo pone a Sabina en el radiocasette del coche sino que además te lleva al cine a ver "Los caballeros de la mesa cuadrada y sus locos seguidores" (a mis diecitrece: gracias, papá...), intoxica los viajes con Pastillas para no dormir, con chicas Almodóvar, con Cuentos que yo (no) cuento, mientras se cruza con Conductores suicidas.
Pero, vaya, resulta que te ríes con aquel tío que no quiere ser marinero en Marsella ni fotógrafo en Playboy, sino pirata cojo... Luego te sorprendes pidiendo discos, y más tarde la gente te los regala porque saben que están acertando. Y te has plantado, sin ser mayor de edad, con horas de poesía cantada por un tío que... bueno... es Sabina. Un genio, realmente. Si se hubiera dedicado a la Física o a la Química, quizá tendría algun Nobel. Pero no, sólo compone y recita, con música de fondo.
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